momento plenitud

La vida es un regalo precioso que es necesario descubrir poco a poco, sin prisa, saboreando cada instante.  Nos la entregan cuando nacemos y la vamos gastando o enriqueciendo a medida que nos vamos desarrollando. Está llena de colores, de brillos, de melodías, de sensaciones y es necesario estar atentos para verlos, para escucharlos y para sentirlos.

A lo largo de la vida sufrimos, nos angustiamos, amamos, odiamos, nos avergonzamos, reímos, gozamos, lloramos; porque la vida es sentir, sentir esas emociones que nacen de nuestros pensamientos y que invaden sin darnos cuenta nuestra mente llegando a dominar nuestra vida.

A veces, muchas veces ocurre que sentimos una atracción fuerte y duradera por ciertos pensamientos negativos que nos provocan malestar y sufrimiento y sin embargo dejamos pasar otros más positivos que nos podrían dar alegría y paz.

A veces, muchas veces ocurre que queremos cambiar los comportamientos de los demás, sin darnos cuenta de que realmente nuestro poder está en cambiar los nuestros, aquellos comportamientos propios que son consecuencia de pensamientos que se instauran, nos bloquean y nos impiden encontrar esa paz y felicidad que todos ansiamos.

Es necesario, por tanto, mirar hacia nuestro interior y aprender a percibir nuestras sombras pero también nuestros gozos, porque únicamente de esta manera alcanzaremos el equilibrio. Es bueno ser conscientes de nosotros mismos, de nuestras vidas y aprender a detectar lo negativo, pero también a valorar lo positivo que hay en ellas. Es verdad que hay épocas en las que percibimos con mayor fuerza que nuestra vida no está bien, son épocas de crisis, de anhelos no cumplidos, de expectativas no cubiertas, pero es en estos momentos donde debemos sacar esa fuerza extraordinaria que todos tenemos y aprender a saborear los que yo llamo “momentos de plenitud”, momentos a los que en nuestro día a día no solemos dar importancia y que pasan desapercibidos. Son momentos tales como el abrazo de un ser querido, un te quiero dicho con el corazón, momentos de complicidad con amigos y compañeros y tantos otros que nos hacen sentir dichosos.

Debemos aprender a buscar y saborear esos momentos, ya que son los que nos hacen sentir que nuestra vida merece la pena ser vivida y que nosotros tenemos la potestad de disfrutarla.

En relación con lo anterior, existe una antigua pero preciosa metáfora adaptada por Jorge Bucay que dice lo siguiente:

«Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador…

Un buscador es alguien que busca; no necesariamente alguien que encuentra. Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando. Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.

Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Había aprendido a hacer caso riguroso de estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo. Así que lo dejó todo y partió.

Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores. La rodeaba por completo una especie de pequeña valla de madera lustrada. Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquél lugar. El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras:

Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días

Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar. Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Decía:

Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas

El buscador se sintió terriblemente conmocionado. Aquel hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba.Una por una, empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que lo conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años… Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.

El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó. Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.

– “No, por ningún familiar”, dijo el buscador. “¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir un cementerio de niños?”

El anciano sonrió y dijo:

– «Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré…: cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue al cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:

A la izquierda, qué fue lo disfrutado… A la derecha, cuánto tiempo duró el gozo…

Conoció a su novia y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media…?Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso…¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?¿Y el embarazo y el nacimiento del primer hijo…?¿Y la boda de los amigos?¿Y el viaje más deseado?¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?¿ Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?¿Horas? ¿Días?

Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos… Cada momento.

Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es para nosotros el único y verdadero tiempo vivido».

 

Mercedes Melgar

Coach profesional certificada nº 10324

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