“Las flores reflejan bien la verdad. Quien intente poseer una flor, verá marchitarse su belleza. Pero quien mire una flor en el campo la poseerá para siempre.” Paulo Coelho
¿Hasta dónde debemos dar libertad al otro? ¿Qué ocurre si hay mucha libertad en la pareja? ¿Y si hay poca libertad?
La libertad es una condición natural de los seres humanos por lo que lo “ideal” sería que cada miembro de la pareja tuviera su tiempo y sus espacios íntimos tan necesarios, dándose así la oportunidad de desarrollarse como seres humanos independientes, más allá de lo que es la pareja. Pero esto no resulta tan sencillo como parece, ya que puede llegarse al punto de perder los objetivos comunes y hacer vidas paralelas por un exceso de ésta. O bien, al de convertirse en carceleros con la idea de “seremos más felices en una celda juntos que libres y solos”.
Evidentemente, cuando hay más libertad las discusiones disminuyen, pero este exceso también puede producir una pérdida de ilusión debido a esta desaparición de proyectos en común y por consiguiente, una pérdida de complicidad. Es necesario que se tenga un hobby en común, que a veces se ceda el uno por el otro, que no se tomen siempre las decisiones por separado, que se comparta tiempo juntos,… ya que cuando esto no se hace, como he dicho anteriormente, las peleas desaparecen prácticamente pero también el tiempo compartido, pasando de ser pareja a ser compañeros.
Todo esto no conlleva un conflicto visible por lo que es difícil ser consciente de esta situación. ¿Cómo llegamos a esto? Como una forma de evitar los conflictos. Es una llegada progresiva, lenta y que ocasiona un claro distanciamiento de la pareja. Es necesario que existan conversaciones y que se compartan cosas y momentos, para así no perder de vista los objetivos comunes y evitar que se conviertan en individuales.
Como en todo, los extremos no son nada saludables. Y lo mismo sucede cuando hablamos de aquellas personas que creen que estar en pareja significa compartirlo todo, es decir, pasar a hacer juntos todas aquellas cosas y actividades que antes hacían solos: salir a correr juntos, salir únicamente con amigos que sean comunes,… Todo lo que era de uno pasa a ser de dos. Se puede llegar a creer que pasar un tiempo en soledad y que este nos proporcione placer, es de egoístas ya que quitamos tiempo de estar con nuestra pareja, o nos lleva a pensar erróneamente que no la amamos lo suficiente como para desprendernos de esos momentos.
Esta creencia no tiene fundamento alguno ya que como bien sabemos, o deberíamos saber, estar solos es una necesidad y ningún miembro de la pareja debería nunca tener que renunciar a ello. Es muy importante tener la oportunidad de tener espacios propios, ya que de este modo, uno puede atenderse a sí mismo, se encuentra mejor, y por tanto, puede atender mejor a su pareja.
Este hábito de querer compartirlo todo o de tener la sensación de ser todo para alguien, no es sano, no es justo que si uno desaparece el otro también tenga la necesidad de seguirlo donde vaya porque su mundo sino se acaba.
Lograr el equilibrio justo es complicado pero no imposible y vale la pena intentarlo si queremos que nuestra pareja funcione.
Si consideras que vuestra relación se encuentra en una situación similar, no dudes en consultar con un profesional que pueda ayudaros a recuperar esa ilusión que una vez hizo que os unierais, modulando el exceso o la carencia de esa libertad imprescindible en la pareja.
Mercedes Casado
Psicóloga col. núm. 22371