Al término crisis se le han dado diferentes significados a lo largo del tiempo. Casi siempre ha tenido un carácter negativo y ha estado asociado al caos y la destrucción, sin embargo, hoy en día, también se le puede dar otra mirada, otorgándole un carácter más positivo y desarrollador.
Por lo tanto, las crisis no deben valorarse únicamente como desestabilizadores del sistema familiar ya que no necesariamente han de tener consecuencias negativas. Con frecuencia, las crisis llaman y exigen un cambio. Sólo hay que prestar atención. Nos avisan de que el sistema familiar presente ya no puede continuar de la misma manera y que debe hacerse algo nuevo. Si las reconocemos y resolvemos adecuadamente, nos ofrecen la oportunidad de crecer, madurar y seguir funcionando de una manera sana.
Las crisis pueden representar el final del antiguo sistema familiar y el camino hacia uno nuevo más funcional, que permita que sus miembros y el sistema en general salgan fortalecidos.
Las familias pueden pasar por dos tipos de crisis:
Para entender las crisis normativas hay que tener en cuenta que la familia no es estática sino que se va transformando. De la misma manera que el individuo nace, crece, se desarrolla y muere, ésta también tiene su propio ciclo vital en el que se forma, se extiende, se contrae y se disuelve. Las distintas fases pueden abarcar por tanto, el matrimonio y/o la convivencia, el nacimiento de los hijos, el comienzo del colegio, la adolescencia, la edad media de los padres, el nido vacío, la jubilación, etc.
Durante estas etapas, la familia se enfrenta a diferentes momentos críticos de su ciclo evolutivo que implican cambios, individuales y familiares, los cuales pueden ser fuente de un intenso estrés y constituir un período de crisis al fallar los mecanismos habituales para resolver problemas.
A las crisis normativas se las considera previsibles ya que están relacionadas con la fase en la que se encuentra la familia. Son etapas de transición que posibilitan que cada uno de sus miembros crezca y adquiera nuevas responsabilidades, relaciones, roles, etc. Su manera de afrontarlas variará dependiendo de su historia familiar, de sus recursos, del significado que la familia otorgue al evento vital y de su capacidad de adaptación.
2. Las crisis accidentales o no normativas:
La familia no sólo tiene que movilizarse frente a los cambios normativos, sino también frente a aquellos no esperados y que por tanto suelen sorprender cuando aparecen.
Estas crisis no relacionadas con el ciclo vital de las familias, llamadas no normativas o accidentales, suelen tener un impacto más desfavorable en la familia pudiendo contribuir a la aparición o agravamiento de cualquier síntoma físico o psíquico, y por tanto, requieren de más esfuerzo emocional y comunicacional para resolverlas. Nadie espera perder su casa, que su hijo se inicie en el consumo de drogas, que algún miembro enferme gravemente, etc.
El hecho de atravesar crisis no es necesariamente la causa de la disfunción familiar, sino el modo de cómo éstas se afrontan. Esto mismo es lo que diferencia a las familias funcionales de las disfuncionales
En la resolución de las crisis deben considerarse diferentes aspectos:
En el caso de una crisis notoria, en la que la familia se encuentre atrapada, también existe la posibilidad de solicitar ayuda a personas externas profesionales para dar apoyo y orientar a sus miembros, a través de la terapia de pareja, en la búsqueda del camino que lleve a su solución.
Mercedes Casado
Psicóloga
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De acuerdo totalmente en que en momentos determinados necesitamos la ayuda de profesionales para volver a coger fuerzas y aprender de nuevo a vivir